Se aproxima
otro proceso electoral en Venezuela. Desde hace varios años, cada convocatoria
a las urnas de votación implica elegir entre el binomio chavismo- antichavismo,
que a su vez involucra un alto grado de sentimientos y emociones para los
ciudadanos, se esté desde una u otra posición. De allí parte esta primera
reflexión.
El día
siguiente a las elecciones presidenciales del 7 de octubre en Venezuela, en las
que nuevamente resultó ganador el presidente Hugo Chávez, muchos despertaron satisfechos,
jubilosos y aún embriagados con la victoria de la noche anterior. No obstante, otro
amplio sector de la sociedad, que votó en contra del proyecto del actual
mandatario, no dejó de sentir desazón frente al desenlace de una campaña electoral
llena de muchas expectativas sobre la continuidad de un proyecto político o el
emprendimiento de otro radicalmente diferente.
De hecho, desde hace varios años, cualquier extranjero
que visite Venezuela notará que, junto a sus exuberantes y variados paisajes, lo
abigarrada y jovial de su gente, está presente, de manera muy particular, la
conformidad o discrepancia con el modelo político actual.
Para continuar con esta reflexión, es necesario contextualizar
lo que ocurre. A partir de 1989 viene gestándose un proceso, en el cual, el
país dejó de proyectar una imagen artificial, que se construyó a partir de las
industrias culturales y que tenía, entre otros slogans, “el país de las mujeres
bellas”, o que apostaba por aquel reflejo de Venezuela como una vitrina de
exhibición para toda América Latina, con un modelo de paz y entendimiento entre
los sectores sociales. A causa de una serie de hechos históricos en la década
de los noventa, adviene el fenómeno político Chávez, que logra alcanzar el poder
por la vía electoral en 1999.
Desde hace más de diez años, con el desplazamiento de
la elite que tradicionalmente ocupó los espacios del poder estatal y la
ejecución de una serie de reformas políticas, económicas y sociales, se desencadenó
un proceso de confrontación entre quienes detentan ahora el poder y quienes lo
perdieron. No obstante, la discusión y diatriba política no permaneció en las
capas altas o medias de poder, como ocurría antes, sino que involucró a toda la
población, que ahora vive inmersa en un clima de polarización casi permanente, pero
con gradaciones que disminuyen o se intensifican de acuerdo a la agitación electoral.
En ese sentido, en el campo político, Venezuela
pareciera estar conformada por dos grandes grupos, denominados bajo los ya
comunes términos de “chavistas” y “antichavistas”, calificativos que incluso se
han entronizado en el imaginario colectivo, a partir de tipologías creadas
sobre la base del sentido común y no de la razón, que supondrían la pertenencia
a una posición social, educativa o económica, privilegiada o no.
Verdad de Perogrullo, todo dependerá del lente con el que
se mire y el lugar que se ocupe. Tomando como referencia a Iuri Lotman (1996) y
su teoría sobre la Semiosfera, podría
decirse que la exclusión o inclusión moral dependerá del lugar que cada quien piensa
que ocupa dentro del entramado político: periférico o central. Ambas nociones sólo
tienen sentido desde un punto de vista particular, puesto que, tanto periferia
como centro son concepciones relativas a la posición y reconocimiento en torno
a sí mismo y a quienes están alrededor.
La idea ahora es analizar desde las relaciones y
espacios cotidianos, virtuales y reales, cómo se expresa la escasa empatía
hacia el otro en este escenario político. Para observar esta idea con más claridad,
a continuación se presentan algunos epítetos muy utilizados en este momento para
definir al otro, es decir, aquel que es ajeno a la posición propia. En posturas
extremas de parte de quienes apoyan al gobierno actual, los peyorativos más
comunes son: “majunche”, “escuálido”, “escuaca”, “fascista”, entre otros; en el
mismo orden, por parte de quienes se ubican en posturas radicales de oposición,
se repiten términos descalificativos hacia el otro sector, tales como:
“lumpen”, “indio”, “tierrúo”, “negro”, “mono”, “ignorante”, por mencionar
algunos. La expresión de estas y otras descalificaciones, que muestran una conducta
intolerante, se observan en aquellas personas o sectores con posturas
intransigentes, que exacerban sus ánimos con el apogeo de la contienda electoral.
En este marco, retomando los recientes resultados de
los comicios presidenciales y la forma pacífica y ciudadana asumida por la
población frente a éstos (pese a los pronósticos de violencia en días previos, que
podrían calificarse como otro síntoma de la neurosis y ansiedad colectiva en
medio de la efervescencia electoral) se observó que la sensación de derrota que
invadió a muchos, en algunos casos, estuvo rayana con la tristeza, el odio, el
racismo y demás expresiones de intolerancia.
Esto demuestra que cada proceso electoral en Venezuela
implica un nivel de involucramiento emocional significativo en las personas, lo
cual quedó confirmado en los recientes comicios presidenciales. Estas conductas
y reacciones han sido analizadas por psiquiatras y psicólogos del país, como Axel
Capriles, profesor de la Universidad Católica Andrés Bello y coordinador del programa
de formación de la Sociedad Venezolana de Analistas Jungianos (SVAJ), quien opinó
sobre el sentimiento de perplejidad e incomprensión por parte de los
venezolanos que no entienden cómo puede haber ocho millones de personas que
votan por la opción del presidente Chávez (Capriles, 2012). A su juicio, la
única forma de resolver esta conmoción es desarrollar una gran labor de
simpatía, de ponerse en el lugar del otro y ver qué hay de nuestros valores y
mensajes que no están presentes en el otro sector.
Asimismo, el psiquiatra Edgar Belfort, director de la
Asociación Mundial de Psiquiatría, reconoció la alegría y el entusiasmo electoral
de los venezolanos, pero a su vez señaló que “hubo una reacción inesperada, una
reacción de duelo, que puede durar horas o meses. La buena noticia es que nadie
muere de esto y uno se recupera, es una reacción afectiva adaptativa ante una pérdida con una cantidad
de alteraciones en la conducta, en las emociones neurofisiológicas, pero que se
puede recuperar fácilmente” (Belfort, 2012).
Las dos fuentes citadas coinciden en que la salida a
esta situación pasa por el hecho de que cada sector reconozca las diferencias del
otro. En las relaciones sociales e interpersonales, la estrategia estaría en ubicarse
en el lugar del otro. El semiólogo y critico literario Tzvetan Todorov (2003), refiere
tres ejes en los que se puede situar la problemática de la alteridad. En primer
lugar hay un plano axiológico, que implica un juicio de valor: “el otro es
bueno o malo, lo quiero o no lo quiero, es igual o inferior a mí”. En segundo término se ubica el nivel
praxiológico: “adopto los valores del otro, me identifico con él, o asimilo al
otro a mí, le impongo mi propia imagen; dentro de este eje hay un tercer punto,
que es la neutralidad”. En tercer lugar, se ubica el plano epistémico: “conozco
o ignoro la identidad del otro” (Todorov, 2003: 221).
Todorov, en sus estudios sobre el problema del otro en
el contexto de la conquista y colonización española en tierras americanas y el
papel que jugaron personajes históricos, como Cristóbal Colón o Fray Bartolomé
de Las Casas, frente a la cultura de los aborígenes, constató que vivir la
alteridad es un proceso que comienza al evitar las posturas asimilacionistas y reconocer
los valores que cada persona y grupo social tiene.
En el juego de las alteridades se podría localizar la
clave para enfrentar la dificultad actual entre ambas antinomias venezolanas. ¿Qué
requerimos los venezolanos para encaminarnos hacia ese proceso de reflexión?
Vivir la
diferencia
Vivir la diferencia se dice muy fácil, pero no lo es. El
intento por resolver este problema y encontrar un punto de entendimiento, podríamos
ubicarlo nuevamente en los tres ejes descritos por Todorov. En el plano
axiológico, se podría intentar estimar y valorar la opinión del otro, no en
función del ideal propio, sino del que es ajeno, lo que implica también en este
estadio asumir una suerte de papel de “neutralidad” frente a la opinión
política contraria.
En el orden epistémico o del conocimiento, la segunda salida
sería posible a través del diálogo, en el que ninguna de las voces reduce a la
otra al estado de objeto, sino que hay un reconocimiento de esta diferencia a
través de la valoración del otro como sujeto, es decir, reconocer el “yo” de
los “otros” que habitan y forman parte del entramado social.
Esta última estrategia sería ideal para avanzar hacia
la construcción de una verdadera cultura política, en la que se entablen las
diferencias con respeto y se propongan soluciones viables a los problemas del
país. Alcanzar este estado permitiría que, con la llega de cada contienda
electoral, no se exacerbe de esa forma el clima de confrontación. Aunque ambos
polos se nieguen al reconocimiento mutuo, son ciudadanos venezolanos, indivisibles,
que se necesitan uno del otro.
Referencias
·
Belfort, Edgar
(2012). Reconciliación en Venezuela "Entre Periodistas" 09 10 2012
[Documento en línea]. Revisado el 26/10/12. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=5h-mCnmRSn4#!
·
Capriles, Axel
(2012). Reconciliación en Venezuela "Entre Periodistas" 09 10 2012
[Documento en línea]. Revisado el 26/10/12. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=5h-mCnmRSn4#!
·
Lotman, Iuri
(1996). La semiosfera I. Semiótica de la
cultura y del texto. Madrid: Ediciones de Desiderio Navarro.
·
Todorov, Tzvetan
(2008). La conquista de América. El problema del otro. Argentina: Siglo
Veintiuno Editores.

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